La Hispania Romana: Conquista, Romanización y Legado

La Inestabilidad Política y el Sexenio Democrático (1863-1874)

El Reinado de Isabel II y la Oposición al Régimen

Desde 1863, España experimentó una serie de gobiernos inestables, tanto bajo el Partido Moderado de Narváez como la Unión Liberal de O’Donnell. A esta inestabilidad política se sumó una fuerte depresión económica. La oposición al régimen isabelino crecía, impulsada por progresistas, demócratas, republicanos y, más tarde, la Unión Liberal, quienes firmaron el Pacto de Ostende en 1866, comprometiéndose a destronar a Isabel II.

La Revolución de 1868 y el Gobierno Provisional

En 1868, estalló la Revolución Gloriosa, dando inicio al Sexenio Democrático. La revolución comenzó en Cádiz con el pronunciamiento del Almirante Topete, al que se unieron Serrano (Unión Liberal) y Prim (Progresistas). Los sublevados expresaron sus ideas en el manifiesto «¡Viva España con Honra!», abogando por el sufragio universal. Tras la derrota de las tropas de la reina en la Batalla del Puente de Alcolea, Isabel II se exilió a Francia.

Se constituyó un gobierno provisional formado por los partidos del Pacto de Ostende, excepto los demócratas, presidido por los generales Serrano y Prim. Se convocaron elecciones a Cortes Constituyentes por sufragio universal masculino, resultando en la victoria de los partidos del Pacto. Se decidió establecer una monarquía democrática con un nuevo monarca católico y liberal, tarea encomendada al general Prim.

La Constitución de 1869 y la Regencia de Serrano

Las Cortes aprobaron la Constitución de 1869, que definía a España como una monarquía democrática constitucional con división de poderes, soberanía nacional y derechos y libertades ciudadanas. El general Serrano fue elegido Regente y Prim, presidente del gobierno. Se estableció la peseta como moneda nacional, pero el gobierno enfrentó levantamientos populares y republicanos, así como el estallido de la Guerra de los Diez Años en Cuba (1868-1878).

El Reinado de Amadeo I y sus Desafíos

El monarca elegido por Prim fue Amadeo I de Saboya. Sin embargo, su llegada a España en 1870 coincidió con el asesinato de Prim, debilitando su posición. Su reinado se vio dificultado por la división entre partidos, la Tercera Guerra Carlista (1872-1876), la agudización del problema cubano y la oposición de republicanos y monárquicos.

La Hispania Romana: Un Proceso de Transformación

Conquista y División Provincial

La presencia romana en la Península Ibérica se extendió desde finales del siglo III a.C. hasta principios del siglo V d.C., dividiéndose en tres fases: Conquista (siglo III a.C. – época de Augusto), Principado (siglo I – III d.C.) y Antigüedad Tardía (siglo III – IV d.C.). Durante este período, los habitantes de los pueblos peninsulares se transformaron gradualmente en ciudadanos del Imperio Romano, adoptando sus costumbres, organización política, jurídica, religiosa y social, un proceso conocido como romanización.

Inicialmente, Hispania se dividía en dos provincias (Citerior y Ulterior). Tras la conquista, Augusto la dividió en tres: Baetica (capital en Corduba), Tarraconensis (capital en Tarraco) y Lusitania (capital en Mérida).

Impacto Económico, Social y Cultural

La llegada de Roma transformó la economía, impulsando la minería, la artesanía y el comercio, y generalizando el uso de la moneda. Se implantaron las formas de organización social romanas y se difundió su religión, cultura y costumbres. Las antiguas ciudades se revitalizaron y, junto con las colonias, se convirtieron en centros administrativos, jurídicos, políticos y económicos.

El Legado Romano

La presencia romana dejó un importante legado cultural, incluyendo el latín, el derecho romano, intelectuales, calzadas y una profunda influencia en la organización social y política de la Península Ibérica.

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