La invasión musulmana de la Península Ibérica

En el siglo VIII los musulmanes toman contacto con los minorías que se encontraban enfrentadas con el rey don Rodrigo y se preparan para la invasión de la península, que tras pasar por el estrecho de Gibraltar (711) inicia una ocupación rápida y extensa que dará lugar a los territorios hispanos controlados por los musulmanes en la Edad Media y que recibirán el nombre de Al Andalus.

La resistencia de los pueblos montañeses ibéricos dará lugar a la creación de los grandes reinos medievales cristianos que tratarán de extenderse hacia el sur para disputar los territorios al emirato musulmán.

A su vez el reino visigótico de Hispania estaba pasando por una profunda crisis política por lo que los judíos que habían sido despojados de sus bienes pensaron que la presencia musulmana podía servir para mejorar su situación religiosa y social y realizaron contactos con los futuros invasores.

Otro factor fue la división de la nobleza visigótica y la fragmentación política frente a la Corona, que aumentó con la subida al trono de Don Rodrigo a costa de la marginación de Akhila.

Un sector opuesto a Don Rodrigo decide entonces pactar con los musulmanes la seguridad de su supervivencia en el Pacto de Teodomiro (713).

Todo esto explica la facilidad con la que penetran en la Península (711) el ejército árabe (que era conquistador del norte de África) junto con numerosos soldados del territorio bereber conquistado, islamizado y comprometido en la lucha contra el infiel.

Los árabes al mando de Tarik invaden la Península derrotando a Don Rodrigo (que muere) en la batalla de Barbate o Guadalete.

Su extensión por el territorio se produjo en 5 años dando lugar a Al Andalus, cuya organización y evolución política estaba determinada por los enfrentamientos que se producen con los árabes (Damasco-Bagdad), los conflictos dependientes del origen de los invasores (Quasies, yemeníes y bereberes) y las diferencias de interpretación de la doctrina islámica.

En el primer momento de conquista se pasa por una etapa de inestabilidad política por el continuo cambio de gobernadores desde Damasco, capital del imperio musulmán.

Esta etapa se caracteriza por la acumulación de contradicciones entre árabes y bereberes.

Estas diferencias tienen como origen los proyectos políticos que desarrollan las aristocracias árabes expansiva e integradora, y el recelo que tenían los árabes a la distribución y la imposición de tributos en las tierras conquistadas.

La máxima expresión de todo esto se concreta en la revuelta bereber emprendida en los territorios del islam contenida en la Península por la presencia de las tropas sirias enviadas por Damasco en ayuda de las autoridades provinciales.

Durante el emirato dependiente se producen intentos de penetración musulmana en el resto de Europa.

Todos detenidos por Carlos Martel, que derrota a los invasores en Poitiers (732) a orillas del Ródano cuando los musulmanes abandonaron sus pretensiones expansionistas en Europa y optan por reforzar su asentamiento en el territorio hispano-visigodo conquistado.

Más tarde tras la rebelión en Damasco que pone fin a la hegemonía moeya que traslada su capital a Bagdad.

En el 755 se produce el desembarco en la Península del omeya Abd Al Rahman I quien se proclama emir.

Desde allí emprende las hostilidades con el gobernador de Al Andalus designado por Damasco, logrando tomar Córdoba tras la victoria de Al-Musara y estableciendo una lenta consolidación de un Estado independiente en la Península.

Durante el mandato de Abd Al Rahman y de sus 6 descendientes, el emirato de Córdoba se vio sometido a continuas tensiones provocadas por:

  1. La actuación franca en territorios del norte del Ebro con Carlomagno, no pudiendo tomar Zaragoza, sufren el desastre de Roncesvalles.
  2. La resistencia de los grupos étnicos culturales.
  3. La existencia de familias que posibilitan precuentes rebeliones en las que destaca la provocada por Ibn Hansum.

El poder central cordobés se consolida con Abd Al Rahman III en 929 con la toma de Bobastro.

En pocos años el califato es reconocido por la mayor parte de los núcleos urbanos arabizados y consolida las fronteras con los reinos cristianos.

En el exterior se enfrenta a fatimíes en el Mediterráneo y conquista Ceuta y Melilla.

Le sucedió su hijo A-Hakam II que reunió una biblioteca y fomentó la enseñanza.

Destacan la toma de San Esteban de Gormaz y la Marina musulmana logra rechazar los ataques de los normandos.

A su muerte le sucede su hijo Histanm II que gobierna bajo la tutela del visir Ibn Abi Amir que acumula el poder político y militar del califato y desplaza al califa a la dirección política de Al Andalus.

Almanzor al frente del ejército y con el apoyo de los bereberes se convierte en el auténtico azote de los cristianos y organiza muchas razzias logrando el sometimiento a pago de impuestos por parte de los reinos cristianos y mantiene la hegemonía militar musulmana hasta su muerte, cuando le sucede su hijo Abd Al-Malik que mantiene la política de su padre hasta su muerte.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *