España 1898: El Desastre Colonial, la Pérdida de Cuba y Filipinas y el Regeneracionismo

El Régimen de la Restauración

III. Crisis del 98: Liquidación del Imperio Colonial

1. La guerra en Cuba y Filipinas

Entre la Paz de Zanjón (1878), con la que se había puesto fin a la Guerra de los Diez Años, y el estallido de la nueva insurrección, los gobiernos españoles introdujeron en Cuba algunas de las reformas defendidas por los autonomistas isleños. Pero la falta de un verdadero proceso descentralizador que dotase a la isla de órganos representativos y la política fuertemente proteccionista con que se estrangulaba la economía cubana favorecieron el surgimiento de nuevas revueltas que condujeron a la independencia.

a) La política española en Cuba

El periodo más idóneo para hacer concesiones a las reivindicaciones cubanas fue el gobierno liberal de Sagasta. Sin embargo, la única medida significativa que se acabó aprobando fue la abolición definitiva de la esclavitud (1886) y que los cubanos tuvieran representación propia en las Cortes españolas.

Las tensiones entre la colonia y la metrópoli aumentaron a raíz de la oposición cubana a los fuertes aranceles proteccionistas que España imponía para dificultar el comercio con Estados Unidos, principal comprador de productos cubanos (azúcar, tabaco) a finales del siglo XIX. La condición de Cuba como espacio reservado para los productos españoles se reforzó con el Arancel de 1891, impulsado por Cánovas, lo que provocó un gran malestar tanto en la isla como en Estados Unidos.

Al fundado temor existente en España a que se produjese una nueva insurrección independentista, se sumaba ahora el temor a que esta pudiese contar con el apoyo de los Estados Unidos.

b) La guerra de Cuba y Filipinas

José Martí fundó el Partido Revolucionario Cubano, protagonista de la revuelta independentista iniciada el 24 de febrero de 1895 (Grito de Baire). El Gobierno de Cánovas respondió enviando un ejército a Cuba, al frente del cual se hallaba el General Martínez Campos.

Los escasos éxitos militares iniciales y la extensión de la rebelión decidieron el relevo de Martínez Campos por el general Valeriano Weyler, que llegó a la isla con la voluntad de emplear métodos más contundentes (como la política de «reconcentración» de campesinos) para acabar con la insurrección por la fuerza.

Tras el asesinato de Cánovas (1897), el nuevo gobierno liberal de Sagasta decidió probar la estrategia de la conciliación: relevó a Weyler, decretó la autonomía para Cuba, el sufragio universal masculino, la igualdad de derechos entre insulares y peninsulares y la autonomía arancelaria. Pero las reformas llegaron demasiado tarde: los independentistas, apoyados ya por Estados Unidos, no aceptaron el fin de las hostilidades.

Coincidiendo con la insurrección cubana, se produjo también la de Filipinas (1896). En este archipiélago, el poder español era más débil y se limitaba en buena medida a la presencia de órdenes religiosas, la explotación de algunos recursos naturales y su utilización como punto comercial con China. El levantamiento filipino, liderado por el movimiento independentista Katipunan fundado por Andrés Bonifacio, fue también duramente reprimido y su principal inspirador intelectual, José Rizal, acabó siendo ejecutado. Aunque se negoció una pacificación temporal (Pacto de Biak-na-Bató, 1897), la insurrección se reavivó con la intervención estadounidense.

c) La intervención de Estados Unidos

El presidente estadounidense McKinley, presionado por intereses económicos y la opinión pública favorable a la intervención, se decidió a declarar la guerra a España. Previamente, Estados Unidos había amenazado con intervenir si España no les vendía la isla de Cuba por 300 millones de dólares. La oferta fue rechazada. Tras la explosión del acorazado Maine en el puerto de La Habana (febrero de 1898), un incidente del que se culpó a España, los americanos declararon la guerra a España (abril de 1898), interviniendo en Cuba y en Filipinas. La guerra fue breve y terminó con la rápida derrota de las obsoletas escuadras españolas en Cavite (Filipinas) y Santiago de Cuba.

Se firmó la Paz de París (diciembre de 1898), que significó el abandono, por parte de España, de Cuba (que obtuvo una independencia formal bajo protectorado estadounidense), Puerto Rico y las Islas Filipinas, que quedaron a partir de ese momento bajo dominio americano a cambio de una compensación de 20 millones de dólares.

2. Las consecuencias del 98

a) Repercusiones económicas y políticas

A pesar de la envergadura del «Desastre» y su significado simbólico, sus repercusiones inmediatas fueron menores de lo que se esperaba. No hubo una gran crisis política inmediata ni la quiebra del Estado, y el sistema de la Restauración sobrevivió.

Tampoco hubo una crisis económica profunda a pesar de la pérdida de los mercados coloniales protegidos y de la deuda causada por la guerra. La repatriación de capitales cubanos incluso favoreció la inversión en España. Así, la relativa estabilidad política y económica tras el desastre deja entrever que la crisis del 98, más que política o económica, fue fundamentalmente una crisis moral e ideológica, que causó un importante impacto psicológico entre la población y las élites intelectuales.

Se lograron superar las pérdidas materiales gracias a la vuelta de capitales y a reformas fiscales como la impulsada por el ministro Fernández Villaverde, que incluyó un aumento de los impuestos.

b) El Regeneracionismo

Como reacción a la derrota, surgieron una serie de movimientos regeneracionistas, que reflexionaban sobre las causas de la decadencia española y defendían la necesidad de una modernización profunda de la vida política, económica y social. Contaron con un cierto respaldo de las clases medias y sus ideales quedaron ejemplificados en el pensamiento de Joaquín Costa. Inspirado en parte por el krausismo y la labor de la Institución Libre de Enseñanza (ILE), Costa propugnaba la necesidad de «cerrar con siete llaves el sepulcro del Cid» (dejar atrás los mitos de un pasado glorioso), modernizar la economía y la sociedad («escuela y despensa»), y alfabetizar a la población. También defendió la necesidad de organizar a los sectores productivos al margen del turno dinástico, con unos nuevos planteamientos que incluyesen el desmantelamiento del sistema caciquil y la transparencia electoral.

El desastre también dio cohesión a un grupo de intelectuales y literatos, conocido como la Generación del 98 (Unamuno, Baroja, Azorín, Maeztu, Valle-Inclán, Machado…). Todos ellos se caracterizaron por su profundo pesimismo inicial, su crítica frente al atraso peninsular y plantearon una profunda reflexión sobre el «problema de España» y su papel en la historia.

c) El fracaso del gobierno «regeneracionista»

También hubo un regeneracionismo político que partió del propio sistema de la Restauración. Fue iniciado con las reformas del nuevo gobierno conservador liderado por Francisco Silvela, que sustituyó al desgastado gobierno de Sagasta tras la derrota.

Silvela introdujo reformas administrativas y fiscales (como las de Fernández Villaverde) para hacer frente a la deuda pública y el déficit presupuestario. Sin embargo, la reforma fiscal, que implicaba un aumento de impuestos, encontró una fuerte resistencia entre la burguesía catalana: desde Barcelona, comerciantes e industriales respondieron con una huelga fiscal conocida como el Tancament de Caixes (cierre de cajas, 1899). Ante las críticas a las reformas y la creciente agitación social, la regente María Cristina decidió volver a dar el poder a los liberales, de nuevo con Sagasta al frente.

El sistema de la Restauración había recibido un duro golpe, pero había sobrevivido casi intacto al desastre. Mientras tanto, en 1902, al cumplir los 16 años de edad, Alfonso XIII juraba la Constitución, dando comienzo a su reinado personal y a la segunda fase de la Restauración, marcada por los intentos fallidos de reforma desde dentro del sistema y una creciente inestabilidad.

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