El Teatro Español a partir de 1936
Tras la Guerra Civil, la creación teatral se vio afectada por el exilio de los autores más innovadores. La rígida censura ejercida sobre los textos teatrales hizo que los autores autocensuraran su libertad creadora. Además, la penuria económica obligó a las compañías teatrales a asegurar sus ingresos, apostando por obras del gusto público que buscaban la evasión y el entretenimiento. Las representaciones se concentraron en las grandes ciudades.
1. Teatro de la Posguerra (Años 40)
El teatro estaba pensado para el entretenimiento de la burguesía urbana. En cuanto a los temas, se pueden distinguir obras de asunto real y de tono poético. El estilo se caracterizaba por la «obra bien hecha», el tono ligero y cómico, y las técnicas tradicionales. Destacan obras como El concierto de San Ovidio y El tragaluz.
Nuevas Tendencias y Teatro Experimental
Estas tendencias se caracterizan por un abandono del realismo, con personajes que se convierten en símbolos de ideas, temas o comportamientos. El espacio escénico se traslada a lugares no convencionales como plazas o fábricas. Se potencia la improvisación, buscando un espectáculo total y exigiendo una participación activa del público. En estos años destacan:
- José Rubial: El hombre y la mosca
- Martínez Mediero: El convidado
- Fernando Arrabal: El cementerio de automóviles
- Francisco Nieva: El combate de Ópalos
4. Década de los 70
Con el fin de la dictadura, el teatro experimentó una serie de cambios, como la pérdida de la crítica sociopolítica, el apoyo económico, la recuperación de obras censuradas y el éxito de los espectáculos musicales. Destacan:
El Reinado de Fernando VII (1814-1833)
Tras el Tratado de Valençay en 1813, que ponía fin a la Guerra de Independencia, Fernando VII regresaría a una España totalmente distinta, con una constitución y un gobierno liberal, algo totalmente contrario a sus ideas absolutistas. Llegó a España el 22 de marzo de 1814, aunque se quedó en Valencia. El rey no sabía con qué apoyo contaba para volver al absolutismo, por lo que aceptó en un principio el régimen monárquico constitucional y firmó la Constitución de 1812, temeroso de oponerse a los liberales que habían luchado contra los franceses durante su ausencia. El 12 de abril, un grupo de diputados de ideología absolutista de las Cortes le presentaron el conocido como Manifiesto de los Persas, en el que le reclamaban la vuelta al absolutismo. Finalmente, viendo que contaba con los apoyos necesarios, Fernando VII emitió el 4 de mayo de 1814 en Valencia un decreto por el que disolvía las Cortes, abolía la Constitución de 1812 y toda la labor legislativa de las Cortes de Cádiz, y restablecía el absolutismo.
El Sexenio Absolutista (1814-1820)
El decreto del 4 de mayo inició un triste periodo caracterizado por la sistemática anulación de las reformas de las Cortes gaditanas y la vuelta al Antiguo Régimen y al absolutismo. Este periodo coincide con la tendencia europea de la vuelta al absolutismo en las potencias vencedoras de Napoleón, lo que quedó patente con la Segunda Paz de París y el Congreso de Viena de 1815. Sin embargo, España, aunque fue una de las potencias vencedoras de Napoleón, quedó totalmente marginada de los beneficios de los vencedores, y el desinterés de Fernando VII por la política exterior llevó al país a convertirse en una potencia de segundo orden en Europa.
Durante los primeros seis años de su reinado, Fernando VII se negó a emprender cualquier reforma fiscal que incrementara los ingresos de un Estado en quiebra. Se centró en la represión de los enemigos de la restaurada monarquía absoluta. Más de doce mil «afrancesados» tuvieron que exiliarse del país y se inició una dura persecución contra los liberales. Por esto, muchos liberales se integraron en sociedades secretas de ideología liberal como la masonería. También algunos militares, héroes de la Guerra de Independencia y de ideología liberal, protagonizaron diversas intentonas de golpe militar o pronunciamiento, como Espoz y Mina en 1814 y Díaz Porlier en 1815. Todos los intentos de golpe fueron duramente reprimidos.
El Trienio Liberal (1820-1823)
Comienza con el triunfo de un pronunciamiento liberal en Cabezas de San Juan (Sevilla), donde el teniente coronel Rafael del Riego proclamó la Constitución de 1812. El levantamiento se extendió por toda España, y el 9 de marzo de 1820, Fernando VII, atemorizado, juró de nuevo la Constitución de 1812. Se convocaron elecciones a Cortes que vencieron los diputados liberales. Fernando VII, convencido absolutista, trató de obstruir la labor de los gobiernos liberales, lo que provocó la división de estos en los «doceañistas» (que querían crear una segunda cámara para las clases más altas y dar más poder al rey, y que tras 1833 serían denominados moderados) y los «veinteañistas» (que querían la aplicación estricta de la Constitución de 1812, y que tras 1833 serían conocidos como progresistas). Los liberales en el poder durante el Trienio aplicaron una política claramente anticlerical para debilitar a la poderosísima institución de la Iglesia, que se oponía al liberalismo. También se liberalizó la industria y el comercio, y se trató de potenciar a la burguesía. Un hecho importante fue la creación de la Milicia Nacional, un cuerpo armado formado por voluntarios cuya misión era la defensa de la Constitución. Las conspiraciones del rey, la división de los liberales, la crisis económica y el fracaso de una regencia en Urgel (donde se intentó establecer un gobierno absolutista alternativo al gobierno liberal de Madrid) llevaron al rey a pedir apoyo a las potencias absolutistas extranjeras, las cuales decidieron en el Congreso de Verona convocar a la Santa Alianza para intervenir militarmente en España y restablecer el absolutismo. El 7 de abril de 1823, un ejército francés conocido como «Los Cien Mil Hijos de San Luis» entró en España conquistando el territorio, y el 1 de octubre se restableció a Fernando VII como monarca absoluto.
La Década Ominosa (1823-1833)
Este periodo comienza con la anulación de toda la legislación del trienio anterior y la persecución de nuevo a los liberales, siendo ahorcado en noviembre el teniente coronel Riego. Pese a la represión, las conspiraciones militares liberales continuaron. Por este motivo, el monarca disolvió el ejército y 22.000 soldados franceses se quedaron en España hasta 1828. También se depuró la administración de posibles liberales, expulsando a miles de funcionarios, especialmente docentes. Uno de los pocos factores positivos de esta última época fue la reforma de la Hacienda emprendida por el ministro López Ballesteros.