La Dictadura de Primo de Rivera (1923-1930)
Contexto Histórico
Tras la Primera Guerra Mundial, las democracias liberales entraron en crisis. El estado liberal democrático se vio atacado por el socialismo, fortalecido por la Revolución de 1917 y defensor de la dictadura del proletariado, y por el fascismo, promotor del estado autoritario (Alemania, Italia). Después de los sucesos de 1917, España entró en una etapa revolucionaria caracterizada por la descomposición del sistema canovista. De 1917 a 1923 fueron años de gran malestar social, manifestado en huelgas y gran violencia, especialmente en Andalucía. Los trabajadores se afiliaron a sindicatos anarquistas (CNT), luchando por la jornada de 8 horas y salarios justos. La Revolución bolchevique influyó en el aumento de la violencia y el pistolerismo en Barcelona. El asesinato del jefe del gobierno Eduardo Dato por anarquistas en 1921 y el desastre de Annual en la guerra de Marruecos conmocionaron a la opinión pública. En este contexto, Primo de Rivera dio un golpe de estado el 13 de septiembre de 1923.
El Directorio Militar (1923-1925)
Alfonso XIII apoyó el golpe y encargó a Primo de Rivera formar gobierno, constituyendo un estado autoritario. Se suprimió la monarquía parlamentaria, la Constitución de 1876 y se disolvieron las Cortes. La dictadura contó con el apoyo de la Iglesia, el ejército, sectores sociales neutrales y el rey. En esta primera fase, se logró la paz social, el orden público, la reorganización de la administración y el fin de la guerra de Marruecos.
El Directorio Civil (1925-1930)
Cuando se esperaba el fin de la dictadura, se instauró el Directorio Civil, coincidiendo con la recuperación económica mundial. Esta etapa se caracterizó por la oposición de figuras como Miguel de Unamuno y Pedro Sainz Rodríguez. Se crearon los Comités Paritarios, un logro social importante que, con la ayuda del PSOE, integró a obreros y patronos para regular el trabajo. Se implementó una política económica intervencionista, proteccionista y de fomento de la producción nacional, lo que provocó un incremento de la concentración económica y los monopolios. Industrias básicas como la siderurgia, la química pesada y el cemento aumentaron su producción, al igual que las fuentes de energía como el carbón. Se creó CAMPSA como monopolio del petróleo y se impulsó el turismo. Se emprendió una política de obras públicas, mejorando carreteras y ferrocarriles, y se abordó el problema del agua con el Plan Hidráulico y la Conferencia Hidráulica. Estos gastos aumentaron la deuda pública, el capital extranjero desapareció y la moneda se devaluó. Políticamente, se intentó crear un partido único fascista, la «Unión Patriótica», y elaborar una nueva constitución, pero ambos proyectos fracasaron.
La Crisis y el Fin de la Dictadura
El crack de 1929 afectó negativamente a la economía española: empresas cerraron, el paro aumentó y surgieron críticas desde diversos sectores, como el catalanismo, por el antiregionalismo y la supresión de la Mancomunidad. Intelectuales, políticos y el propio rey mostraron su descontento con la gestión de Primo de Rivera. Finalmente, Primo de Rivera dimitió el 30 de enero de 1930 y se exilió a París, donde murió poco después. El rey encargó a Dámaso Berenguer formar gobierno. La dictadura, apoyada por el ejército, la Iglesia y las clases terratenientes, no supo evitar el deterioro de la economía, lo que provocó la crisis de la monarquía y el camino hacia la Guerra Civil.
El Fin de la Monarquía y la Segunda República
La monarquía quedó debilitada tras la dictadura. Dámaso Berenguer intentó volver a la monarquía constitucional, gobernando por decreto y convocando elecciones. El descontento social crecía y la izquierda firmó el Pacto de San Sebastián para acabar con la monarquía. Tras la dimisión de Berenguer, se convocaron elecciones municipales que dieron la victoria a los republicanos, proclamándose la Segunda República.